En
esta entrada revisó dos obras sobre historia marista:
- Historia
del Instituto Marista, tomo 2, del Hermano André Lanfrey (2016).
- Historia
de la Venezuela Marista, de los Hermanos Jesús Martínez Gómez, Isaac Revilla
Lara y Tomás Martínez Sancho (2018).
En
particular, me interesa señalar similitudes, distancias, e iluminaciones que
entre ambos textos se generan, en el período aproximado de 1920 a 1944.
Lanfrey,
al analizar el caminar del Instituto, considera los años 1907 a 1944 como un
período en el que se tiene “un concepto de misión muy difuso”. Lo estudia dentro
de la primera parte del tomo 2, en la que los subtítulos incluyen años desde
1903 a 1967, abriendo un poco más el marco temporal que yo consideraré. Esta
parte primera la titula “Cual ejército en orden de batalla” (páginas 22 a 363).
Por otro lado, el capítulo 1 de la Historia de la Venezuela Marista lleva por
título “La primera piedra (1925-1944)” y abarca de la página 21 a la 103.
Sobre
el “concepto heroico de misión” de
la época, Lanfrey, citando al hermano Diogène, afirma: “En el momento de partir
hacia países lejanos, el sacrificio es total supone la separación completa y
definitiva de la familia, de los cohermanos, de la patria y la perspectiva de
sentirse aislado en tierra extraña”. Y
agrega: “el misionero digno de este nombre marcha sin espíritu de regreso; no
volverá, pues, ni para visitar a la familia, ni siquiera por motivos de salud.
Solo volverá por la llamada de los superiores” (pp. 32-33).
Esta
perspectiva misionera se revela desde los inicios de la llegada de los hermanos
a Venezuela. Pertenecientes a la Provincia de Lacabane-Anzuola, de los 14 españoles
que llegan entre 1925 y 1932, exceptuando dos que se retiran y pronto regresan
a España, y uno que permaneció tan sólo tres años, el resto (11 hermanos) vuelven
a España después de pasar entre 12 y 21 años, y sólo dos se quedan allí; 9 fueron
tan sólo para realizar su Segundo Noviciado e inmediatamente retornanron a
Venezuela.
La
revitalización del impulso misionero promovida por el hermano Diógene, Superior
General para entonces, y el hermano Constantien, provincial de Lacabane-Anzuola
(Venezuela, páginas 53-54), se vio concretada en Venezuela tras la autorización
del gobierno del Presidente Gómez al ingreso de más hermanos: 16 entre los años
1932 y 1935. Esto permitió la apertura de dos nuevas presencias. En particular,
la obra de Riohacha tenía unas características marcadamente misioneras (Venezuela,
páginas 82-87). Respondía a una invitación del superior de la Misión de los Padres
Capuchinos. Si bien los hermanos asumieron la dirección de un colegio
existente, lo difícil (“heroico”) de la misión, lo revela, en primer lugar, la
situación de Riohacha en zona de frontera, fuera de Venezuela, y con alto
porcentaje de población indígena wayú; y, en segundo lugar, las enfermedades
que pasaron casi todos los hermanos (seis de siete) allí presentes: paludismo,
fiebres, gangrena o malaria (página 39). Es notable que también los primeros
hermanos llegados en 1925 pasaron lo que llamaban las fiebres de aclimatación.
En
esta clave misionera, los Hermanos
franceses tuvieron un gran influjo en el Instituto (Lanfrey, 33). En Venezuela,
si bien su papel fue muy limitado (únicamente llegaron dos hermanos franceses),
cuando se trató de fundar Riohacha, obra de Misión, se consideró el envío de uno
de ellos (Doroteo) como superior de esta comunidad. Por razones más pragmáticas,
se envió otro (Philip) en 1925, para que apoyara en las clases de inglés, pero
pronto regresó a la Provincia de Estados Unidos a la que pertenecía. Como
misionero, el hermano Doroteo siguió en Venezuela hasta 1953, habiendo
permanecido 23 años.
Así
pues, la misión realizada en Venezuela durante estos primeros años corresponde
principalmente a los hermanos españoles, como sucedió en una parte de América
Latina, especialmente en los años posteriores. Los perfiles misioneros
diferenciados entre españoles, franceses y otros hermanos europeos, no son
objeto de análisis en la obra de Lanfrey, y es algo que también escapa a mi
mirada más local. Sin embargo, tomo algunos tópicos acerca de la confusión misión-colonización-cristiandad
a la que se refiere Lanfrey, respecto a los franceses, y me hago eco de sus afirmaciones
quien, citando al Secretario General del Instituto en 1930, pone el acento
misionero de la época en la “aceleración de las conquistas de la iglesia”, en
el derrumbe de las “religiones falsas” frente a la civilización europea y la
evangelización de la “masa pagana” (página 35).
Cuando
Lanfrey comenta esta perspectiva, se refiere a América del Norte, Oceanía,
África y Asia. Resulta llamativo que no haga mención de América Latina, pues el
rumbo de la misión aquí no era muy diferente. Si bien en Venezuela no se
identifica misión con colonización y civilización europea, sin más, hay
elementos que permiten suscribir, a
grosso modo, lo que agrega en la página 36:
Parece, más bien,
haber dominado un ingenuo sentimiento de superioridad al considerar que lo que
era bueno para Europa lo era también para todo el mundo. De ahí, entre los
hermanos maristas, la obsesión por la uniformidad. De ahí, la ambigüedad de la
misión como transmisión de una cultura dominante que no se percibe como tal. Y
de ahí, también, el choque cultural más o menos permanente que ha podido trabar
el desarrollo de ciertas provincias.
Signo
de esto es que no surgieran vocaciones venezolanas en este periodo en
consideración. Un detalle, que debe ser visto como tal, sin perder su impronta
de signo, lo representa el inicio de la obra escolar de Maracaibo con la curiosa
anécdota de las mesas (Venezuela, pp. 38-39). En ella se pone de relieve, ciertamente
en primer lugar, el trabajo y creatividad de los hermanos; sin embargo, hace
ver también la perspectiva fuertemente crítica respecto a lo recibido: “aquellas
mesas eran inservibles”, se dice.
La
relativa indiferencia hacia los temas políticos, económicos y sociales, y su
compromiso esencialmente religioso y educativo, es asunto que Lanfrey resalta
en los hermanos franceses de Brasil. Similar es la situación en Venezuela. Puede
leerse, subrayado, en la libreta personal de un hermano español, en sus apuntes
de un retiro del año 1931: evitar política (p. 28). Así sucedió que, cuando el
país estaba conmocionado combatiendo contra J. V. Gómez, que entregó el
petróleo a compañías extranjeras a precio de gallina flaca, los hermanos se
recogían en el Colegio o, cuanto más, refugiaban a quienes, en medio de
manifestaciones, huían de la represión policial (p.64).
Sin
embargo, del modelo brasileño que Lanfrey (p. 39) considera inculturación acertada, también se
encuentran elementos notables en los primeros años de vida marista en Venezuela.
“Sabrán adaptar rápidamente su organización pedagógica a las exigencias del
Estado” (fiestas cívicas, por ejemplo) y también sabrán abrirse a la sociedad
zuliana preocupada por la promoción humana y la formación religiosa. La alianza
temprana con los representantes para la construcción de la primera escuela con
la constitución de la Junta Protectora y la solicitud de recursos a las
compañías petroleras (p. 42) ponen de relieve su rápido relacionamiento, e
incluso, en el caso del Dr. Nemesio Castillo (p. 41), su apertura a relaciones
nada ortodoxas, pues se trataba de un masón (“delito” por el que se juzgaba en
España en el año 1939 y siguientes).
Los
paseos de los hermanos a las regiones cercanas, a Boconó (p. 45, con intención
de fundar una obra), Perijá (p. 49), alrededores de Coro (p. 80) o Meachiche
(p. 55), durante los años anteriores a 1935, hablan del interés por el
conocimiento del país. Sus expresiones al describirlos, siempre son de agrado,
admiración y disfrute. El viaje de los Hermanos desde Coro a Maracaibo se
describe como una aventura emocionante, soportando lluvias, atravesando ríos y
comiendo “a base de huevos, gallina, leche y productos de los caseríos” (p.
55).
La
tensión entre colonización e inculturación
en la Venezuela marista se manifiesta desde los inicios de la misión. Por un
lado, se revela cierta desconfianza en las tradiciones religiosas locales tales
como la temprana veneración a José Gregorio Hernández o el rito de echar el
agua a los recién nacidos, y se asoman ciertos reparos a la potencialidad
autóctona para la vida religiosa marista o la sacerdotal. La implementación de
prácticas escolares europeas, y la Guía del maestro como norma general, refuerzan
cierto matiz “colonizador”. Por otra parte, el progresivo amor a Venezuela como
segunda patria, el nombre asignado al Colegio con advocación mariana local
(Nuestra Señora de Chiquinquirá, p. 39), la vinculación personal afectuosa con
los representantes, son otras tantas muestras de la “acertada inculturación”.
La
Cristiandad como perspectiva de la
misión, enunciada en la obra de Lanfrey, resulta un concepto más potente aún
para la Iglesia Latinoamericana del momento. La perspectiva de cristiandad como
movimiento restaurador en América Latina se señala en la página 24 así:
La Iglesia
venezolana estaba pasando por un momento restaurador tras un siglo XIX
fundamentalmente laicista. A partir de 1889 se autorizó la fundación y entrada
de Órdenes Religiosas. Pero fue a partir del Primer Concilio Plenario
Latinoamericano celebrado en Roma el año 1899, cuando se apuntaló para
Venezuela este movimiento restaurador de Cristiandad.
Ahora, en cada
país se intentaba hacer realidad este proyecto de restauración de la Iglesia católica.
Se pretendía recuperar las glorias y el influjo social de los que la iglesia
durante la colonia.
Los
obispos venezolanos se reunieron en 1904 y produjeron una Instrucción Pastoral en
la que exhortaban a impulsar los seminarios, la prensa católica y la escuela
católica.
A
imitación del movimiento laicista de Francia el presidente Guzmán Blanco, a
finales del siglo XIX, había sido gran impulsor de este movimiento, además de gran
admirador de la cultura francesa, de la que copió su arquitectura; promovió la
educación gratuita y universal, y expulsó a los jesuitas y a otras
congregaciones religiosas extrajeras. Con el movimiento restaurador, la Iglesia
venezolana, logró abrirse un espacio, conviniendo con el gobierno de Juan
Vicente Gómez el apoyo a la educación, con la autorización de varias
congregaciones religiosas extranjeras. En este contexto de renovación de
cristiandad, llegan los Hermanos en 1925.
Cristiandad y
laicismo
serán desde entonces dos perspectivas vigentes y en tensión en Venezuela. Las tensiones
por el laicismo en España durante la Segunda República, no fueron extrañas para
los hermanos de Venezuela pues ya las habían vivido, aunque sin esa virulencia.
La
Guerra Civil española y la Segunda
Guerra Mundial no marcaron directamente la misión de los hermanos, que siguió
inalterada, tras el impulso de los hermanos llegados entre 1932 y 1935. Su
influencia fue indirecta, en cuanto que las noticias llegadas de Europa, les
producían “gran pesar, intranquilidad e impotencia” (p. 64).
El
influjo de estos acontecimientos se haría notar más tarde, con la presencia de
los Hermanos de la Provincia Lacabane-Anzuola que los habían vivido. En las
páginas 61-62 se recoge la relación de hermanos que participaron en la guerra y
luego llegaron a Venezuela, y la situación de la Casa de Formación de Anzuola y
su reconstrucción. Como se señala en el texto, la experiencia vivida en España
marcó fuertemente a los hermanos que la vivieron de cerca, de modo que los años
posteriores, las nuevas situaciones de tensión gobierno-educación católica se
leyeron desde lo vivido y me atrevo a decir que cierto conservadurismo
religioso posterior estuvo marcado por esta historia de conflicto entre
renovación de cristiandad y laicismo.
Respecto
a los Superiores Mayores y los Capítulos
Generales a los que se refiere Lanfrey en su obra, la tradición propia en
Venezuela agrega a lo señalado por él un asunto curioso respecto al Capítulo General
de 1920. En relación con la elección de Delegados al capítulo en las Provincias
españolas salió a relucir el asunto de las nacionalidades, tensión entre
franceses y españoles, que generó algunas incomodidades, pero que finalmente se
solucionó en sana paz (página 30). Respecto a los Asistentes Generales y su
función, Lanfrey (pp. 135-138) se refiere al Hermano Euphrosin como Asistente desde 1920 de las Provincias de
St. Paul-Italia, México y Colombia; señala su papel en la organización de las
Casas de Formación inicial; y señala, a tenor de su biógrafo, un rasgo
particular: “cierta viveza de carácter”, que le crea dificultades en sus
visitas. No se ve esto reflejado entre la memoria de los antiguos hermanos de
Venezuela, en medio de sus numerosas visitas, al menos 6 entre 1927 y 1947 (p. 479).
Agradecidos habían quedado desde su temprana visita en abril de 1927 a su paso
hacia Colombia, México y Cuba, que tuvo ese detalle sin ser propiamente asignado
Asistente General para Venezuela, que pertenecía a la Provincia de Lacabane-Anzuola.
Especial grato recuerdo quedó de su presencia en el primer retiro dirigido por
un Superior Mayor en Venezuela, en Maracaibo, del 1 al 8 de septiembre de 1939 (pp.
45 y 68-69).
Sobre
el asunto de las finanzas del sector
Venezuela, no se ha hecho un estudio detallado de estos primeros años, pero
algunos indicios señalan la creciente
descentralización respecto al Instituto, e incluso respecto a la Provincia
Lacabane-Anzuola. Nada se sabe de si la Provincia apoyó con recursos
financieros al iniciar la misión o para su reimpulso durante los años 30. La
política más autónoma consistía en que cada obra se valiera por sí misma, y así
se resaltan las dificultades de la obra de Maracaibo, en su inicio o para la
construcción de nuevos locales (p. 41), ante la falta de respuesta del Obispo
para el cumplimiento del Convenio. Si logran seguir adelante, es por el apoyo
financiero que les brindan algunos padres de los estudiantes a través de la
figura legal de una Junta Protectora del Colegio (p. 42), con la que consiguen
los fondos requeridos para la construcción de nuevos locales e independizarse
un tanto del Convenio con el obispo.
La
obra de Coro no logra sostenerse por sí misma y se cierra tras apenas 4 años de
presencia (1931-1935). Sólo se contaba con 100 estudiantes y 4 internos, de los
que no se lograba percibir los ingresos necesarios para el mantenimiento de la
obra. Es la obra de Maracaibo la que apoya a los hermanos de Coro, durante
algún tiempo. Así lo refiere el hermano Bonifacio: “Gracias
a la caridad del Colegio de Maracaibo, que nos ayudaba económicamente, pudimos
sobrevivir” (p. 81).
Para
la obra de Riohacha, los Padres Capuchinos “ofrecían edificio y buenos sueldos”
(p. 82), por lo que se mantenía con suficiencia económica. Las razones de su
cierre parecen ser de otro tipo.
El
crecimiento económico de la Venezuela marista (p. 65), puede apreciarse en el
año 1939, cuando se constituye la Compañía Anónima Hisven de Educación,
mediante la cual se concreta la compra de un terreno de 2 hectáreas, por 45.000
bolívares, para construir un nuevo y amplio colegio. A partir de entonces, se
sucedieron diversas adquisiciones de terrenos y construcción de nuevas estructuras
escolares, lo que evidencia la estabilización de la obra de Maracaibo e,
incluso, su rentabilidad. Además, se comienzan a referir envíos de dinero a la
Casa madre de la Provincia Lacabane-Anzuola.
Respecto
a la renovación en la formación de
los hermanos, Lanfrey (p. 171) resalta el impulso que se quiso dar y también
cierto impasse con Roma respecto a la valoración del voto de estabilidad, y la
realización del Segundo Noviciado, con el hermano Avit como director del mismo,
en los años anteriores a 1936. Ninguno de los hermanos de Venezuela lo realizó
entonces. Fue durante la nueva etapa, con la orientación del hermano Charles
Raphael como “discreto reformador”, cuando los hermanos venezolanos comenzaron
a participar en él, tras la Segunda Guerra Mundial.
Durante
los años 1946 a 1951, realizaron el Segundo
Noviciado, dirigido sucesivamente por los hermanos Charles Rafael, Fernando
Luis y Juan María, doce hermanos de Venezuela, a un ritmo ininterrumpido de 2
por año. Lo realizaron en Grugliasco, que fue el lugar escogido para los
hermanos de habla hispana. Lo fueron haciendo casi en orden cronológico de
acuerdo al año de llegada a Venezuela. Y así fue ocasión de paso por España para
visitar sus familias. Los hermanos llegados a Venezuela a partir de 1940 pudieron
hacer el Segundo Noviciado a los diez años de su presencia en Venezuela,
mientras que los primeros hermanos habían tardado más de 20 años en regresar a
España (pp. 94, 114 y 167).
Sobre el voto de estabilidad que realizaban
los hermanos, presenta Lanfrey la situación de tensión con Roma, que no lo
acepta “como una categoría de privilegio” (condición para nombramiento de
cargos, especialmente) y lo promueve a los 10 años de la profesión perpetua.
En
Venezuela, de los 33 hermanos profesos anteriores a 1940, 31 de ellos habían
realizado su primera profesión en Anzuola y su profesión perpetua, 5 o 6 años después,
en Maracaibo (11) Riohacha (3) o Coro (2), en las comunidades donde les
correspondía su misión. La Habana y Cienfuegos (Cuba), fueron comunidades en
las que seis hermanos más, en tránsito a Venezuela, hicieron sus votos
perpetuos. Otros seis habían hecho su profesión perpetua antes de su llegada a
Venezuela en Anzuola (5) o Bilbao (1). Dos se retiraron antes de realizar su
profesión perpetua y dos realizaron su profesión en Estados Unidos o
Grugliasco. Siete se retiraron antes de hacer su voto de estabilidad. De los 24
restantes (p. 96), realizaron su voto de estabilidad: uno a los 12 años, el
hermano Doroteo, en Bilbao; dos a los 15 años, y dos a los 17; la mayoría,
realizó su voto de estabilidad en torno a los 20 años después de su profesión
perpetua. Es posible que este asunto de cierto “privilegio” para la realización
del voto de estabilidad aparezca revelado en los hermanos de Venezuela que lo
hacen durante estos años, pues son pocos los que lo realizan en torno a los
diez años tras la profesión perpetua, como sugería Roma, y los que más
tempranamente lo realizan fueron precisamente los primeros superiores: Félix Anselmo,
Ildefonso y Doroteo, en Venezuela, y en España, posteriormente, María Anselmo y
Pablo Felipe, una vez que regresaron. Todavía resulta vigente en los años 40 el
cuestionamiento del sentido de este voto que Roma hiciera algunos años antes.
Interesantes
asuntos, que vale la pena analizar, y que el Hermano Lanfrey ha puesto sobre el
tapete, con su Historia del Instituto. Asuntos que, en buena parte siguen
planteándonos grandes retos, como lo son el sentido de la misión, la
inculturación, la relación entre evangelización y cultura, las finanzas de
nuestras obras -entre la solidaridad, la suficiencia y la mutua dependencia-,
la relación con las iglesias locales, la formación y necesidad de renovación de
los hermanos, el sentido de la consagración y su proceso vital, la relación con
los Superiores Mayores y la descentralización, entre otros.
Que
la vida entregada de estos hermanos, con sus búsquedas, vacilaciones, aciertos
y errores, sigan motivando el caminar de la actual Provincia Marista Norandina,
más allá de estos tiempos de coronavirus, que pasarán, sin duda. Y que nos dan
dado la oportunidad para algunas reflexiones pendientes.