Carta de Champagnat

Carta de Champagnat

jueves, 23 de abril de 2020

Historia del Instituto marista, Historia de la Venezuela marista: tiempo de crisis.



Continúo con la revisión de las dos obras sobre historia marista referidas en mi anterior entrada:

  • Historia del Instituto Marista, tomo 2, del Hermano André Lanfrey (2016).
  • Historia de la Venezuela Marista, de los Hermanos Jesús Martínez Gómez, Isaac Revilla Lara y Tomás Martínez Sancho (2018).

Paso a estudiar similitudes, distancias, e iluminaciones que entre ambos textos se generan, en relación al período aproximado de crisis 1959 a 1985.

Lanfrey, se refiere a la crisis del Instituto, durante los años 1959 a 1985, bajo una mirada estadística, en el capítulo 29 (pp. 369-378). Lo iré contrastando con lo sucedido en Venezuela, descrito en el capítulo 3 de la Historia de la Venezuela Marista que lleva por título “Terremoto (1959-1977)” y abarca de la página 159 a la 265.

Lanfrey señala una primera crisis entre los años 1959-1966 (p. 370) y una segunda entre 1965-1981 (p. 372), subdividida ésta en tres tiempos. Veamos algunos elementos, en relación a la primera crisis. Su explicación la atribuye el autor, aunque no en exclusividad pues la situación de salidas de Hermanos ya venía dándose, a dos situaciones coyunturales. La primera de ella, el Capítulo General de 1958 y la subsecuente División de Provincias (p. 371). En la Historia de Venezuela, puede seguirse la evolución numérica de los Hermanos entre 1957-1966, en el apartado (pp. 467- 468). Allí se observa que se replica la incidencia de esta situación del año 1958, con jóvenes Hermanos recién enviados de la Provincia Norte, que pronto se retiran del Instituto. La División de Provincias llevó a la conformación del Distrito Autónomo de Venezuela en 1959 (p.167), y al establecimiento de un Protocolo con la Provincia Norte mediante el que se organizaban las Casas de Formación de España en común y se distribuían los novicios tras su profesión, asignando 1/3 de ellos a Venezuela, durante 12 años (pp. 167-171), que permitió atenuar la crisis.

La segunda explicación coyuntural tiene que ver con el tiempo del Concilio Vaticano II (1962-1965) y el cambio que supuso. Estas dos razones que aporta Lanfrey (p. 371) se ilustran, incluso con más precisión cronológica, en la realidad venezolana, pues son esos años (1958 y 1962-1966) los más críticos respecto a las situaciones de salidas de Hermanos (Venezuela, pp. 206. 467-468), durante esta “primera crisis”. Aun cuando las variaciones de salidas, año a año en el Instituto, no corresponden exactamente con lo sucedido en Venezuela, la comparación puede establecerse en forma aproximativa para este período.

La apertura política de la dictadura a la democracia en Venezuela en el año 1959 (p. 176) es otro factor que debe considerarse en relación a esta primera crisis, pues el elemento de apertura cultural y cambio socio-político reforzaba el significado renovador que el Concilio tuvo, y que los Hermanos vivieron con entusiasta deseo de participación en cursos de formación socio-educativa y realización de estudios académicos (pp. 166-167 y 188-189).

El panorama estadístico comparativo de la crisis, se recoge en el Gráfico 1, de Salidas de Hermanos (1957-1966). Los datos para el Instituto (Lanfrey, p. 371) se han expresado en cientos, en una técnica gráfica, que permite observar mejor la relación de datos entre el Instituto y Venezuela, al acercar las curvas en una escala común. Se considera el número de Salida Hermanos Temporales (T) y Perpetuos (P), para el Instituto (Inst) y Venezuela (Ven). Como se ha comentado, la dirección levemente ascendente de las curvas es similar, con los rasgos excepcionalmente más marcados de la Salida de Hermanos Perpetuos en Venezuela, en 1958, y de Temporales y Perpetuos en el año 1964, en pleno Concilio.
Gráfico 1

El Protocolo establecido con la Provincia Norte, ya mencionado, permitió durante una década la llegada de un numeroso contingente de Hermanos jóvenes. Se puede observar cómo estos nuevos ingresos atenúan la crisis, especialmente entre los años 1962 y 1965. Aunque se incrementan las salidas, hay que esperar hasta el año 1966 para observar un saldo negativo. En el Grafico 2, elaborado a partir de las tablas de las pp. 259-261 y 467-468, puede apreciarse el movimiento de Ingresos, Salidas y el Saldo entre ambos, entre los años 1959 a 1966, en Venezuela.
Gráfico 2

Con la situación confusa respecto al Protocolo con la Provincia Norte y la finalización del mismo (a partir de 1968 ya no se hicieron sorteos de Hermanos para enviarlos a Venezuela: p. 468, tabla y nota final), y tras la creación de la Viceprovincia de Venezuela en 1969 (p. 209), la situación de crisis se muestra más a las claras. Mientras se asume una nueva política vocacional, mediante la creación de un juniorado en Venezuela en 1964 (p. 242-244) y un conjunto de Casas de Formación propias en España (pp. 244-258), la transición del modelo marca la crisis en forma aguda.

En 1969 se crea la Viceprovincia de Venezuela y se realiza el primer Capítulo Provincial. Nos hemos referido a este tiempo como aquel en que “la crisis avanza callada” (p. 221). Con el incremento de salidas, y las situaciones complejas de gobernabilidad, entre 1972 y 1977, nos hemos referido a la agudización de la crisis, a partir de la realización del segundo Capítulo Provincial (p. 209). En el año 1969 se perfila el inicio de esta crisis, pues descienden seriamente los ingresos de Hermanos (ese año son nulos), y persisten las salidas, especialmente numerosas entre los años 1969 y 1974.

Sin embargo, la crisis se ve frenada después del año 1975. El Gráfico 3 recoge los años entre 1968 y 1983, con la clara evidencia de estos dos tiempos: “crisis aguda”, hasta 1975, y posterior recuperación.

Gráfico 3

La caída del número de profesos en el Instituto (Lanfrey, p. 372) con tres momentos de crisis:  crisis preliminar (1966-1967), masiva (1968-1973) y persistente (1974-1981), puede seguirse en Venezuela, por tanto, (p. 285) con ciertas variantes, a causa de dos fenómenos propios y distintos, respecto al Instituto. Uno, el apoyo del Gobierno General a Venezuela, mediante el envío de hermanos de otras Provincias (pp. 278-279), en concreto, siete hermanos entre los años 1976 y 1980; y dos, el repunte vocacional en España, mediante la reorganización de las Casas de Formación propias y el acuerdo con Ecuador y América Central (pp. 244-258), y el repunte vocacional en Venezuela principalmente a causa del lanzamiento del movimiento juvenil Remar en 1978 (pp. 280-283). Estos dos fenómenos hicieron que se retardara la percepción del nuevo momento de crisis, a pesar de las numerosas salidas, hasta los años 90. Si se tuviera que marcar los tiempos de la crisis en Venezuela, desde 1966, no son tan semejantes a los ya señalados por Lanfrey para el Instituto (crisis preliminar, masiva y persistente). Podría hablarse más bien de una crisis aguda (en el texto la llamamos crisis institucional, desde 1966 a 1977: p. 205), una leve recuperación en la década del 80, y nueva crisis posterior a 1990. Obsérvese, en el Gráfico 4, la evolución del número total de Hermanos en el Instituto (Lanfrey, p. 375) y en Venezuela entre 1980 y 1990 (y recuérdese la técnica ya utilizada, mediante la cual los datos del instituto aparecen divididos entre cien, con el objetivo visual de aproximar las curvas; datos de tabla en pp. 285 y 316). Mientras que el descenso interanual del número de Hermanos en el Instituto anda en torno a 100, en Venezuela hay un incremento entre el año 1981 y 1990 de 2 Hermanos interanuales.

Gráfico 4

En conclusión, y respecto a Venezuela, no es posible verificar estos tres tiempos que señala Lanfrey para la época, sino un pico de la crisis, entre los años 1972-1974, de salidas numerosas y pocos ingresos. A este periodo le siguió un crecimiento en el número de Hermanos, especialmente por los dos factores ya señalados, que retrasaron la crisis continuada posterior al año 90, y aún persistente. El Gráfico 5 permite el acercamiento a los años de pico de la crisis en Venezuela, y el inicio de su resolución.
Gráfico 5

En los análisis que realiza Lanfrey, sobre las causas de la crisis, indica que el Concilio Vaticano II “jugó un papel primordial en esta crisis de efectivos, sobre todo al darle un carácter mundial”. Aunque lo relativiza como causa, afirmando “que la crisis de las salidas del Instituto es anterior al Concilio y que éste no lo explica todo”. Seguidamente, señala un segundo elemento, relacionado con la crisis de cristiandad, que se manifiesta en “la incapacidad para atraer hacia sí numerosos aspirantes”. Resalta el agotamiento del tradicional vivero vocacional, junto a la caída de la vieja cristiandad (p. 377).

Referido a temas concomitantes, coloca la crisis en relación con la dimensión cultural, Considera estos tiempos como de mutación y choque cultural. Mutación y choque, serían factores determinantes para la disminución de los hermanos. La valoración de la crisis a partir del estudio de algunos documentos del Instituto, la mirada de los Superiores Generales y de los Capítulos Generales, la realiza Lanfrey en los capítulos 30 al 33, en clave de esta “mutación institucional y cultural en curso”. La comunidad, la misión, la formación, son cuestiones en el tapete (pp. 404-410), la cuestión de la pobreza y la justica se pone de relieve en el 17 Capítulo General de 1976 (p. 416). La mutación cultural es tal que se atreve a afirma Lanfrey (p. 402): “si es cierto que hay ruptura en la historia del Instituto, esta no se sitúa en los niveles teológico, espiritual… El Instituto no quema lo que adoró, pero, al integrar la cultura ambiente, ha cambiado la mirada sobre Dios, la Iglesia, el mundo y sobre sí mismo…”. Y lanza la advertencia: “no es fácil aislarse de una cultura para construir otra sin preguntarse si no se pierde también el alma”.   

Se trata de la crisis de un modelo de cristiandad que se está agotando (Lanfrey, p. 377) pero también se trata de una visión nueva de la praxis cotidiana de las comunidades: se está pasando de modelo normativo a un modelo más personalista. Este puede ser otro elemento clave para la comprensión de esta crisis (Lanfrey, p. 421).

Y, no obstante, se pregunta Lanfrey si en los años 80 no habría en algunos ambientes del Instituto una crisis a la inversa: un cierto deseo de volver a la normatividad perdida (p. 421). En todo caso, no creo que este fuera el caso de Venezuela, pues la crisis afectó mayormente a los jóvenes, y estos no reclamaban precisamente más normatividad.

Algunos puntos que Lanfrey no señala con tanta claridad en relación con el Instituto, vale la pena agregar aquí, respecto a lo vivido en Venezuela, y posiblemente en otros países de América Latina.

A partir, de 1980, según se ha señalado, se asiste al incremento de ingresos de un buen grupo de Hermanos jóvenes, y particularmente de Hermanos venezolanos (28 entre 1980 y 1993, en 14 años; fenómeno importante, pues solo 6 venezolanos ingresaron entre 1925 y 1979; ver p. 440). Al elemento de mutación cultural que señala Lanfrey para el Instituto, habría que agregar en Venezuela la realidad de los Hermanos culturalmente y generacionalmente diferenciada que se abría paso con estos ingresos. Considérese, para resaltar el grupo de nueva generación que iba surgiendo, que, junto a estos 28 venezolanos, ingresaron 37 Hermanos jóvenes españoles entre 1980 y 1992 (pp. 442-443). Este sería un factor importante a considerar en las crisis posteriores. Mientras tanto, se asistía a un repunte vocacional y una importante dinamización de la vida y misión de las presencias maristas en Venezuela.

Con estas características juveniles propias, se mantenía la perspectiva de choque cultural entre normatividad y personalismo, señalada por Lanfrey. Pero hay algo más. En relación con Venezuela y América Latina creemos que no se subrayará suficientemente la dinámica socio-política y eclesial que se vivió en el continente entre 1960 y 1990.

Algunos aspectos de esta dinámica los señalamos en nuestro libro de Historia de la Venezuela Marista, en el apartado Los pobres nos cuestionan (1969-1969) (pp. 186-204), en el que se describe el impulso que recibieron nuevas obras escolares en sectores pobres.

Así se refiere, en la p. 186:
Ante los nuevos llamados de la Iglesia, tras el Concilio y la relectura del mismo en la Conferencia Latinomericana de Obispos de Medellín, los Hermanos profundizaron su presencia entre los pobres, abriendo dos nuevas obras en Maracaibo y Machiques, además de los compromisos que se asumían desde cada uno de los colegios. El XVI Capítulo General Marista también impulsaba los deseos de renovación. Se intentaba dar respuesta a las inquietudes de los Hermanos mediante una formación cada vez más profesional y diversificada, aunque no sin tensiones y algunos malestares particulares.
Es un aspecto que apenas se insinúa en Lafrey, para estos años, como renovación de la misión o justicia social referidos en el Capítulo General de 1967 (pp. 408-409).

En América Latina el asunto de la solidaridad, el compromiso educativo con los pobres o, en términos del Documento de Puebla, la opción por los pobres, fue mucho más significativo y se mantuvo con fuerza, por un lado, como motorizador de las energías misioneras de los Hermanos, y por otro como elemento de tensión, por las diferentes miradas que sobre el asunto se tenían. La diferente mirada, puede apreciarse en Venezuela en medio de la fuerte crisis de 1972, en relación a un tema como lo es la construcción de un Colegio en Caracas, que permitieran reubicar el ya existente, para el que la votación a favor, se saldó con tan solo un voto de diferencia (p. 238).

El asunto del compromiso del Instituto con los pobres apareció con más fuerza en Documentos posteriores del Instituto, Capítulos Generales y Circulares de Superiores, y puede descubrirse en una especie de vaivén entre un decir con más fuerza y un suavizar el lenguaje. Sin entrar en un estudio detallado, los Capítulos XVII y XIX, a mi modo de ver, se expresaron con más fuerza; del mismo modo que lo hicieron en algunas Circulares los Hermanos Charles Howard y Benito Arbués. Es un asunto al que no le hinca el diente Lanfrey, y que sin embargo en América Latina tuvo alta incidencia, por lo que significó la apertura de nuevas presencias entre los pobres (de inserción, algunas de ellas) y fuertes polémicas y decisiones controversiales en torno a los modelos de Formación Inicial.

El choque cultural que menciona Lanfrey, en América Latina pasó por redescubrirnos con una cultura propia, y sabernos pueblos creyentes y empobrecidos, y en medio de una historia compleja de violencias estructurales y surgimiento de guerrillas y revoluciones. Frente a todo esto, la vida marista también se confrontaba. Era un nuevo factor que provocaba crisis y rupturas.

La década de los 80 en Venezuela supuso una revitalización, por el incremento de Hermanos jóvenes, y por la dinámica de mayor cercanía a los pobres, en la proyección social de las obras escolares existentes, y mediante la apertura de una nueva obra escolar en territorio indígena (Escuela Granja Santa Catalina), con una experiencia previa de un año, conviviendo con la comunidad indígena de Nabasanuka (p. 306).

El encuentro de Provinciales Latinoamericanos en Chosica, Perú (1984), supuso un punto álgido en las llamadas de los Superiores hacia un mayor compromiso. Se lee en nuestra Historia (pp. 304-305):

El Consejo de septiembre de 1984 el H. Provincial informó detalladamente de lo tratado en le reunión de HH. Provinciales en Chosica, Perú (CLAP) y de la prioridad establecida para la vida marista en América Latina. El texto de la prioridad establecía: “Asumir como prioridad, desde nuestro ser de religioso marista y al modo de María y Champagnat, consolidar el proceso de conversión en el seguimiento de Cristo pobre y Hermano Universal, de manera que se encarne progresivamente en las provincias, a escala general, una real operatividad de la atención preferente a los niños y jóvenes pobres”.
La perspectiva de Chosica, siguió marcando este periodo, hasta 1990.

Dinámicas complejas, todas estas mencionadas, bien sea por Lanfrey o por nosotros, que estuvieron activas en medio de las distintas crisis, y lo siguen estando en la actualidad. Dinámicas que se inscriben en estas mutaciones culturales, históricas y sociales, que no han cesado y que constituyen un reto enorme para la vida marista que tenemos por delante.



  

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