Carta de Champagnat

Carta de Champagnat

martes, 14 de abril de 2020

Historia del Instituto Marista, historia de la Venezuela Marista




En esta entrada revisó dos obras sobre historia marista:
  • Historia del Instituto Marista, tomo 2, del Hermano André Lanfrey (2016).
  • Historia de la Venezuela Marista, de los Hermanos Jesús Martínez Gómez, Isaac Revilla Lara y Tomás Martínez Sancho (2018).

En particular, me interesa señalar similitudes, distancias, e iluminaciones que entre ambos textos se generan, en el período aproximado de 1920 a 1944.
Lanfrey, al analizar el caminar del Instituto, considera los años 1907 a 1944 como un período en el que se tiene “un concepto de misión muy difuso”. Lo estudia dentro de la primera parte del tomo 2, en la que los subtítulos incluyen años desde 1903 a 1967, abriendo un poco más el marco temporal que yo consideraré. Esta parte primera la titula “Cual ejército en orden de batalla” (páginas 22 a 363). Por otro lado, el capítulo 1 de la Historia de la Venezuela Marista lleva por título “La primera piedra (1925-1944)” y abarca de la página 21 a la 103.

Sobre el “concepto heroico de misión” de la época, Lanfrey, citando al hermano Diogène, afirma: “En el momento de partir hacia países lejanos, el sacrificio es total supone la separación completa y definitiva de la familia, de los cohermanos, de la patria y la perspectiva de sentirse aislado en tierra extraña”.  Y agrega: “el misionero digno de este nombre marcha sin espíritu de regreso; no volverá, pues, ni para visitar a la familia, ni siquiera por motivos de salud. Solo volverá por la llamada de los superiores” (pp. 32-33).
Esta perspectiva misionera se revela desde los inicios de la llegada de los hermanos a Venezuela. Pertenecientes a la Provincia de Lacabane-Anzuola, de los 14 españoles que llegan entre 1925 y 1932, exceptuando dos que se retiran y pronto regresan a España, y uno que permaneció tan sólo tres años, el resto (11 hermanos) vuelven a España después de pasar entre 12 y 21 años, y sólo dos se quedan allí; 9 fueron tan sólo para realizar su Segundo Noviciado e inmediatamente retornanron a Venezuela.
La revitalización del impulso misionero promovida por el hermano Diógene, Superior General para entonces, y el hermano Constantien, provincial de Lacabane-Anzuola (Venezuela, páginas 53-54), se vio concretada en Venezuela tras la autorización del gobierno del Presidente Gómez al ingreso de más hermanos: 16 entre los años 1932 y 1935. Esto permitió la apertura de dos nuevas presencias. En particular, la obra de Riohacha tenía unas características marcadamente misioneras (Venezuela, páginas 82-87). Respondía a una invitación del superior de la Misión de los Padres Capuchinos. Si bien los hermanos asumieron la dirección de un colegio existente, lo difícil (“heroico”) de la misión, lo revela, en primer lugar, la situación de Riohacha en zona de frontera, fuera de Venezuela, y con alto porcentaje de población indígena wayú; y, en segundo lugar, las enfermedades que pasaron casi todos los hermanos (seis de siete) allí presentes: paludismo, fiebres, gangrena o malaria (página 39). Es notable que también los primeros hermanos llegados en 1925 pasaron lo que llamaban las fiebres de aclimatación.

En esta clave misionera, los Hermanos franceses tuvieron un gran influjo en el Instituto (Lanfrey, 33). En Venezuela, si bien su papel fue muy limitado (únicamente llegaron dos hermanos franceses), cuando se trató de fundar Riohacha, obra de Misión, se consideró el envío de uno de ellos (Doroteo) como superior de esta comunidad. Por razones más pragmáticas, se envió otro (Philip) en 1925, para que apoyara en las clases de inglés, pero pronto regresó a la Provincia de Estados Unidos a la que pertenecía. Como misionero, el hermano Doroteo siguió en Venezuela hasta 1953, habiendo permanecido 23 años.

Así pues, la misión realizada en Venezuela durante estos primeros años corresponde principalmente a los hermanos españoles, como sucedió en una parte de América Latina, especialmente en los años posteriores. Los perfiles misioneros diferenciados entre españoles, franceses y otros hermanos europeos, no son objeto de análisis en la obra de Lanfrey, y es algo que también escapa a mi mirada más local. Sin embargo, tomo algunos tópicos acerca de la confusión misión-colonización-cristiandad a la que se refiere Lanfrey, respecto a los franceses, y me hago eco de sus afirmaciones quien, citando al Secretario General del Instituto en 1930, pone el acento misionero de la época en la “aceleración de las conquistas de la iglesia”, en el derrumbe de las “religiones falsas” frente a la civilización europea y la evangelización de la “masa pagana” (página 35).
Cuando Lanfrey comenta esta perspectiva, se refiere a América del Norte, Oceanía, África y Asia. Resulta llamativo que no haga mención de América Latina, pues el rumbo de la misión aquí no era muy diferente. Si bien en Venezuela no se identifica misión con colonización y civilización europea, sin más, hay elementos que permiten suscribir, a grosso modo, lo que agrega en la página 36:
Parece, más bien, haber dominado un ingenuo sentimiento de superioridad al considerar que lo que era bueno para Europa lo era también para todo el mundo. De ahí, entre los hermanos maristas, la obsesión por la uniformidad. De ahí, la ambigüedad de la misión como transmisión de una cultura dominante que no se percibe como tal. Y de ahí, también, el choque cultural más o menos permanente que ha podido trabar el desarrollo de ciertas provincias.
Signo de esto es que no surgieran vocaciones venezolanas en este periodo en consideración. Un detalle, que debe ser visto como tal, sin perder su impronta de signo, lo representa el inicio de la obra escolar de Maracaibo con la curiosa anécdota de las mesas (Venezuela, pp. 38-39). En ella se pone de relieve, ciertamente en primer lugar, el trabajo y creatividad de los hermanos; sin embargo, hace ver también la perspectiva fuertemente crítica respecto a lo recibido: “aquellas mesas eran inservibles”, se dice.
La relativa indiferencia hacia los temas políticos, económicos y sociales, y su compromiso esencialmente religioso y educativo, es asunto que Lanfrey resalta en los hermanos franceses de Brasil. Similar es la situación en Venezuela. Puede leerse, subrayado, en la libreta personal de un hermano español, en sus apuntes de un retiro del año 1931: evitar política (p. 28). Así sucedió que, cuando el país estaba conmocionado combatiendo contra J. V. Gómez, que entregó el petróleo a compañías extranjeras a precio de gallina flaca, los hermanos se recogían en el Colegio o, cuanto más, refugiaban a quienes, en medio de manifestaciones, huían de la represión policial (p.64).

Sin embargo, del modelo brasileño que Lanfrey (p. 39) considera inculturación acertada, también se encuentran elementos notables en los primeros años de vida marista en Venezuela. “Sabrán adaptar rápidamente su organización pedagógica a las exigencias del Estado” (fiestas cívicas, por ejemplo) y también sabrán abrirse a la sociedad zuliana preocupada por la promoción humana y la formación religiosa. La alianza temprana con los representantes para la construcción de la primera escuela con la constitución de la Junta Protectora y la solicitud de recursos a las compañías petroleras (p. 42) ponen de relieve su rápido relacionamiento, e incluso, en el caso del Dr. Nemesio Castillo (p. 41), su apertura a relaciones nada ortodoxas, pues se trataba de un masón (“delito” por el que se juzgaba en España en el año 1939 y siguientes).
Los paseos de los hermanos a las regiones cercanas, a Boconó (p. 45, con intención de fundar una obra), Perijá (p. 49), alrededores de Coro (p. 80) o Meachiche (p. 55), durante los años anteriores a 1935, hablan del interés por el conocimiento del país. Sus expresiones al describirlos, siempre son de agrado, admiración y disfrute. El viaje de los Hermanos desde Coro a Maracaibo se describe como una aventura emocionante, soportando lluvias, atravesando ríos y comiendo “a base de huevos, gallina, leche y productos de los caseríos” (p. 55).

La tensión entre colonización e inculturación en la Venezuela marista se manifiesta desde los inicios de la misión. Por un lado, se revela cierta desconfianza en las tradiciones religiosas locales tales como la temprana veneración a José Gregorio Hernández o el rito de echar el agua a los recién nacidos, y se asoman ciertos reparos a la potencialidad autóctona para la vida religiosa marista o la sacerdotal. La implementación de prácticas escolares europeas, y la Guía del maestro como norma general, refuerzan cierto matiz “colonizador”. Por otra parte, el progresivo amor a Venezuela como segunda patria, el nombre asignado al Colegio con advocación mariana local (Nuestra Señora de Chiquinquirá, p. 39), la vinculación personal afectuosa con los representantes, son otras tantas muestras de la “acertada inculturación”.

La Cristiandad como perspectiva de la misión, enunciada en la obra de Lanfrey, resulta un concepto más potente aún para la Iglesia Latinoamericana del momento. La perspectiva de cristiandad como movimiento restaurador en América Latina se señala en la página 24 así:
La Iglesia venezolana estaba pasando por un momento restaurador tras un siglo XIX fundamentalmente laicista. A partir de 1889 se autorizó la fundación y entrada de Órdenes Religiosas. Pero fue a partir del Primer Concilio Plenario Latinoamericano celebrado en Roma el año 1899, cuando se apuntaló para Venezuela este movimiento restaurador de Cristiandad.
Ahora, en cada país se intentaba hacer realidad este proyecto de restauración de la Iglesia católica. Se pretendía recuperar las glorias y el influjo social de los que la iglesia durante la colonia.
Los obispos venezolanos se reunieron en 1904 y produjeron una Instrucción Pastoral en la que exhortaban a impulsar los seminarios, la prensa católica y la escuela católica.
A imitación del movimiento laicista de Francia el presidente Guzmán Blanco, a finales del siglo XIX, había sido gran impulsor de este movimiento, además de gran admirador de la cultura francesa, de la que copió su arquitectura; promovió la educación gratuita y universal, y expulsó a los jesuitas y a otras congregaciones religiosas extrajeras. Con el movimiento restaurador, la Iglesia venezolana, logró abrirse un espacio, conviniendo con el gobierno de Juan Vicente Gómez el apoyo a la educación, con la autorización de varias congregaciones religiosas extranjeras. En este contexto de renovación de cristiandad, llegan los Hermanos en 1925.

Cristiandad y laicismo serán desde entonces dos perspectivas vigentes y en tensión en Venezuela. Las tensiones por el laicismo en España durante la Segunda República, no fueron extrañas para los hermanos de Venezuela pues ya las habían vivido, aunque sin esa virulencia.
La Guerra Civil española y la Segunda Guerra Mundial no marcaron directamente la misión de los hermanos, que siguió inalterada, tras el impulso de los hermanos llegados entre 1932 y 1935. Su influencia fue indirecta, en cuanto que las noticias llegadas de Europa, les producían “gran pesar, intranquilidad e impotencia” (p. 64).
El influjo de estos acontecimientos se haría notar más tarde, con la presencia de los Hermanos de la Provincia Lacabane-Anzuola que los habían vivido. En las páginas 61-62 se recoge la relación de hermanos que participaron en la guerra y luego llegaron a Venezuela, y la situación de la Casa de Formación de Anzuola y su reconstrucción. Como se señala en el texto, la experiencia vivida en España marcó fuertemente a los hermanos que la vivieron de cerca, de modo que los años posteriores, las nuevas situaciones de tensión gobierno-educación católica se leyeron desde lo vivido y me atrevo a decir que cierto conservadurismo religioso posterior estuvo marcado por esta historia de conflicto entre renovación de cristiandad y laicismo.

Respecto a los Superiores Mayores y los Capítulos Generales a los que se refiere Lanfrey en su obra, la tradición propia en Venezuela agrega a lo señalado por él un asunto curioso respecto al Capítulo General de 1920. En relación con la elección de Delegados al capítulo en las Provincias españolas salió a relucir el asunto de las nacionalidades, tensión entre franceses y españoles, que generó algunas incomodidades, pero que finalmente se solucionó en sana paz (página 30). Respecto a los Asistentes Generales y su función, Lanfrey (pp. 135-138) se refiere al Hermano Euphrosin como Asistente desde 1920 de las Provincias de St. Paul-Italia, México y Colombia; señala su papel en la organización de las Casas de Formación inicial; y señala, a tenor de su biógrafo, un rasgo particular: “cierta viveza de carácter”, que le crea dificultades en sus visitas. No se ve esto reflejado entre la memoria de los antiguos hermanos de Venezuela, en medio de sus numerosas visitas, al menos 6 entre 1927 y 1947 (p. 479). Agradecidos habían quedado desde su temprana visita en abril de 1927 a su paso hacia Colombia, México y Cuba, que tuvo ese detalle sin ser propiamente asignado Asistente General para Venezuela, que pertenecía a la Provincia de Lacabane-Anzuola. Especial grato recuerdo quedó de su presencia en el primer retiro dirigido por un Superior Mayor en Venezuela, en Maracaibo, del 1 al 8 de septiembre de 1939 (pp. 45 y 68-69).

Sobre el asunto de las finanzas del sector Venezuela, no se ha hecho un estudio detallado de estos primeros años, pero algunos indicios señalan la creciente descentralización respecto al Instituto, e incluso respecto a la Provincia Lacabane-Anzuola. Nada se sabe de si la Provincia apoyó con recursos financieros al iniciar la misión o para su reimpulso durante los años 30. La política más autónoma consistía en que cada obra se valiera por sí misma, y así se resaltan las dificultades de la obra de Maracaibo, en su inicio o para la construcción de nuevos locales (p. 41), ante la falta de respuesta del Obispo para el cumplimiento del Convenio. Si logran seguir adelante, es por el apoyo financiero que les brindan algunos padres de los estudiantes a través de la figura legal de una Junta Protectora del Colegio (p. 42), con la que consiguen los fondos requeridos para la construcción de nuevos locales e independizarse un tanto del Convenio con el obispo.
La obra de Coro no logra sostenerse por sí misma y se cierra tras apenas 4 años de presencia (1931-1935). Sólo se contaba con 100 estudiantes y 4 internos, de los que no se lograba percibir los ingresos necesarios para el mantenimiento de la obra. Es la obra de Maracaibo la que apoya a los hermanos de Coro, durante algún tiempo. Así lo refiere el hermano Bonifacio: “Gracias a la caridad del Colegio de Maracaibo, que nos ayudaba económicamente, pudimos sobrevivir” (p. 81).
Para la obra de Riohacha, los Padres Capuchinos “ofrecían edificio y buenos sueldos” (p. 82), por lo que se mantenía con suficiencia económica. Las razones de su cierre parecen ser de otro tipo.
El crecimiento económico de la Venezuela marista (p. 65), puede apreciarse en el año 1939, cuando se constituye la Compañía Anónima Hisven de Educación, mediante la cual se concreta la compra de un terreno de 2 hectáreas, por 45.000 bolívares, para construir un nuevo y amplio colegio. A partir de entonces, se sucedieron diversas adquisiciones de terrenos y construcción de nuevas estructuras escolares, lo que evidencia la estabilización de la obra de Maracaibo e, incluso, su rentabilidad. Además, se comienzan a referir envíos de dinero a la Casa madre de la Provincia Lacabane-Anzuola.

Respecto a la renovación en la formación de los hermanos, Lanfrey (p. 171) resalta el impulso que se quiso dar y también cierto impasse con Roma respecto a la valoración del voto de estabilidad, y la realización del Segundo Noviciado, con el hermano Avit como director del mismo, en los años anteriores a 1936. Ninguno de los hermanos de Venezuela lo realizó entonces. Fue durante la nueva etapa, con la orientación del hermano Charles Raphael como “discreto reformador”, cuando los hermanos venezolanos comenzaron a participar en él, tras la Segunda Guerra Mundial.
Durante los años 1946 a 1951, realizaron el Segundo Noviciado, dirigido sucesivamente por los hermanos Charles Rafael, Fernando Luis y Juan María, doce hermanos de Venezuela, a un ritmo ininterrumpido de 2 por año. Lo realizaron en Grugliasco, que fue el lugar escogido para los hermanos de habla hispana. Lo fueron haciendo casi en orden cronológico de acuerdo al año de llegada a Venezuela. Y así fue ocasión de paso por España para visitar sus familias. Los hermanos llegados a Venezuela a partir de 1940 pudieron hacer el Segundo Noviciado a los diez años de su presencia en Venezuela, mientras que los primeros hermanos habían tardado más de 20 años en regresar a España (pp. 94, 114 y 167).
Sobre el voto de estabilidad que realizaban los hermanos, presenta Lanfrey la situación de tensión con Roma, que no lo acepta “como una categoría de privilegio” (condición para nombramiento de cargos, especialmente) y lo promueve a los 10 años de la profesión perpetua.
En Venezuela, de los 33 hermanos profesos anteriores a 1940, 31 de ellos habían realizado su primera profesión en Anzuola y su profesión perpetua, 5 o 6 años después, en Maracaibo (11) Riohacha (3) o Coro (2), en las comunidades donde les correspondía su misión. La Habana y Cienfuegos (Cuba), fueron comunidades en las que seis hermanos más, en tránsito a Venezuela, hicieron sus votos perpetuos. Otros seis habían hecho su profesión perpetua antes de su llegada a Venezuela en Anzuola (5) o Bilbao (1). Dos se retiraron antes de realizar su profesión perpetua y dos realizaron su profesión en Estados Unidos o Grugliasco. Siete se retiraron antes de hacer su voto de estabilidad. De los 24 restantes (p. 96), realizaron su voto de estabilidad: uno a los 12 años, el hermano Doroteo, en Bilbao; dos a los 15 años, y dos a los 17; la mayoría, realizó su voto de estabilidad en torno a los 20 años después de su profesión perpetua. Es posible que este asunto de cierto “privilegio” para la realización del voto de estabilidad aparezca revelado en los hermanos de Venezuela que lo hacen durante estos años, pues son pocos los que lo realizan en torno a los diez años tras la profesión perpetua, como sugería Roma, y los que más tempranamente lo realizan fueron precisamente los primeros superiores: Félix Anselmo, Ildefonso y Doroteo, en Venezuela, y en España, posteriormente, María Anselmo y Pablo Felipe, una vez que regresaron. Todavía resulta vigente en los años 40 el cuestionamiento del sentido de este voto que Roma hiciera algunos años antes.
Interesantes asuntos, que vale la pena analizar, y que el Hermano Lanfrey ha puesto sobre el tapete, con su Historia del Instituto. Asuntos que, en buena parte siguen planteándonos grandes retos, como lo son el sentido de la misión, la inculturación, la relación entre evangelización y cultura, las finanzas de nuestras obras -entre la solidaridad, la suficiencia y la mutua dependencia-, la relación con las iglesias locales, la formación y necesidad de renovación de los hermanos, el sentido de la consagración y su proceso vital, la relación con los Superiores Mayores y la descentralización, entre otros.
Que la vida entregada de estos hermanos, con sus búsquedas, vacilaciones, aciertos y errores, sigan motivando el caminar de la actual Provincia Marista Norandina, más allá de estos tiempos de coronavirus, que pasarán, sin duda. Y que nos dan dado la oportunidad para algunas reflexiones pendientes.

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