Carta de Champagnat

Carta de Champagnat

viernes, 8 de noviembre de 2024

 



MARCELINO GANZARAÍN. EN SU MEMORIA 

“El Hermano Marcelino destacó como maestro, acompañante espiritual y visionario de la vida religiosa. Fue un líder nato; su carácter jovial y fraterno le permitió desempeñar múltiples misiones al servicio de la Provincia y del Instituto marista”. Así lo expresa la página del Instituto marista en breve su nota necrológica (https://champagnat.org/es/fallecio-el-h-marcelino-ganzarain-consejero-general-de-1985-a-2001/).

Maestro, acompañante espiritual y visionario, ¡doy fe de ello! Por ahí transitan mis primeros recuerdos. Conviví con él apenas un año (1979-1980); era entonces nuestro Maestro de novicios en Venta de Baños (Palencia). Intuyo que entendió que ser “maestro” lo debía ser en la mejor tradición de los maestros espirituales. Éramos un grupo de novicios con mayoría de españoles, rondando los 17 a 19 años, y cuatro latinoamericanos, algo mayores en edad.

Nos enseñó la oración pausada, asimilada interiormente, en contraste con nuestra costumbre de recitar salmos y rezos a toda prisa. Aprendimos a compartir el eco breve de los salmos en comunión de espíritus. Recuerdo aquel eco en su propia boca, destilando experiencia pascual: “en su camino beberá del torrente, por eso levantará la cabeza”. La meditación bíblica, por el camino de la profundización en los textos y el acercamiento a Jesús fue otro de sus fuertes. La formación litúrgica del caso, más centrada en la comprensión espiritual de los textos (salmos, himnos, antífonas…), y sus tiempos (adviento, cuaresma), que en los formalismos rituales.

Marcelino fue maestro, formador y visionario. Las claves teológicas que estimó pertinentes para nuestro formación posvaticana actualizada fueron: Jesús, María, la Biblia. Leímos bajo su orientación una cristología reciente La humanidad nueva, de González Faus, que recogía lo mejor de la cristología europea de la época, y buscó un profesor de biblia destacado. Asistimos a charlas de actualización en teología de la vida religiosa, que dictaban en la ciudad los padres claretianos, con perspectivas muy novedosas, releyendo a la luz del Vaticano II y los nuevos tiempos las dimensiones de consagración, misión, votos, y otros diversos asuntos teológicos que en esos años de apertura (en la Iglesia y en el contexto político español) se habían puesto sobre el tapete. Marcelino acompañaba personalmente nuestros procesos que en buena medida chocaban con lo recibido en los años anteriores de formación de seminario. En moral sexual, nos acompañó con algunas lecturas del teólogo moralista Marciano Vidal, promoviendo la liberación de nuestras conciencias, encorsetadas en los anaqueles de los pecados veniales y mortales, apuntando a la llamada “moral de actitudes”. La alternativa cristiana, 1978, de José María Castillo, era libro que andaba por allí , entre nosotros, en el debate sobre un nuevo modo de ser Iglesia; como aquel otro de Boff: Eclesiogénesis: las Comunidades de Base reinventan la iglesia, 1977, en el que —en un apéndice— se debatía sobre el sacerdocio de las mujeres, antes de que Juan Pablo II vetara el asunto. En fin, procesos todos de cambio que se venían dando en la iglesia, y en los que Marcelino supo introducirnos, con gran libertad. En biblia, estábamos pasando de una interpretación fundamentalista y literal, a una exégesis crítica de los textos. Así pues, Marcelino nos hacían rondar autores que más tarde, algunos de ellos, serían vistos con recelo y sometidos a inspección, pero aún no. Estábamos en tiempos de debate y discernimiento eclesial, y los novicios con gusto nos abríamos a ello.

Pero no todo era leer. Que no faltaba el tiempo para recoger las remolachas o la alfalfa de la finca, o para ayudar al parto de las vacas, si era necesario. Marcelino participaba en nuestros juegos de básquet, en los que destacaba por su habilidad. Junto a los tres hermanos salvadoreños, se equilibraba un poco la afición clásica de los españoles hacia el fútbol,  y se formaban unos entretenidos partidos, con buenas jugadas y hasta alguna bronca, como se estila en todo deporte de competencia.

Maestro tocado por los pobres. Desde la raíz cristológicas supo dirigir nuestras miradas hacia los pobres. Eran parte de lo que Faus denominaba en su cristología “las pretensiones de Jesús”. Modelos de vida, como Francisco de Asís, apuntaban en esta misma dirección. Me tocó presentar la vida de este santo para otros muchachos más jóvenes (del juniorado de Miranda) en una convivencia, y para ello me indicó la lectura de cierto libro (El hermano de Asís, Larrañaga, 1979). Tras la exposición realizada lo recuerdo con su palabra de ánimo, sacudiendo mis inseguridades. Con ocasión de alguna celebración festiva recuerdo su emotiva recitación del poema Los Motivos del Lobo, de Rubén Darío, con un nuevo señalamiento hacia Francisco.  Jesús el galileo, Francisco de Asís, Casaldáliga, y luego Romero, serían algunas de las pistas a seguir que se nos ofrecían…

En los diálogos personales aprovechaba la ocasión para sugerirnos lecturas. Recuerdo dos de sus libros recomendados. El primero de ellos, viendo mi inquietud por la realidad latinoamericana y nuestra misión marista allí, fue Diálogos en Mato Grosso con Pedro Casaldáliga (Tierra dos tercios, 1978). Texto de Teófilo Cabestrero que agradecí, pues abrió mis perspectivas en esas claves de inculturación del evangelio y proximidad con los pobres.

Otro libro era más antiguo: Ser cristiano, ¡esa gran osadía!, de Carlos Bliekast. Me hizo bien leerlo, y hasta lo descubrí después por el año 2000 en otra biblioteca y me permití releerlo. Un buen libro lleno de poesía y espiritualidad comprometida, anclada en la propia realidad, escrito ¡antes del concilio! Aprendí a no desechar la historia, a descubrir las búsquedas en el pasado.

Maestro en la comunidad eclesial. Si nos motivaba a abrir nuestros espíritus y mentes a los nuevos tiempos eclesiales, lo hacía reforzando los vínculos con la iglesia toda. De modo que, paralelamente, nos invitaba a participar en un grupo carismático de oración en Palencia, o con los Cursillos de Cristiandad y sus Ultrellas.  Cuando la hora del laicado aún no había sonado con fuerza, nos relacionaba estrechamente con el matrimonio vecino de Agustín y Lola. Si alguien dentro del noviciado sugería, se abría a las propuestas. Control mental Silva —literatura que yo miraba con recelo— se introdujo como taller de libre participación a solicitud de un novicio. En ese paraguas de propuestas nos fue orientando para decidir nuestra vía interior con libertad. La tarea apostólica en la escuela local o la visita a algunos ancianitos de religiosas, completaban nuestros vínculos eclesiales y nuestros primeros pinitos en la misión marista.

Maestro pastoral. Dada nuestra juventud, introdujo la práctica de las dinámicas de grupos para nuestro crecimiento, impulsó la realización del proyecto comunitario, y favoreció el intercambio con un grupo juvenil local. Marcelino era amante del buen cine, así que ocasionalmente proponía películas para ver o bien, durante alguna tarde de acompañamiento personal, llevada al cine a algún novicio. Recuerdo haber visto entonces Kramer vs Kramer, y en televisión su propuesta de Un mundo feliz, basada en el libro de Huxley. Siempre películas para el comentario y la reflexión posterior.

Me sorprendió un detalle de su plan formativo, que en mi estructura de pensamiento me resultaba divertido, pero que no era ni es común en los noviciados. Se trata de sus clases de lógica clásica,  con los diagramas de grupos y la mnemotecnia de los casos: BÁRBARA, CELAREN, DARÍI, CERIO… Buenos ejercicios de raciocinio.

Lo marista. Marcelino había participado en el XVII Capítulo General de 1976 y compartía la experiencia vivida, con verdadero entusiasmo que sabía transmitir. Con unas Constituciones “ad experimentum”, el Concilio Vaticano II de fondo, y la Conferencia de obispos de Puebla en desarrollo, la vuelta a los orígenes maristas y su relectura desde los nuevos tiempos era de esperarse. Marcelino compartió su experiencia y trasmitió su pasión por los procesos que se iban viviendo en el instituto, especialmente al estudiar los significativos documentos producidos por el capítulo Hermanos Maristas hoy; y Pobreza y justicia; documentos en gran medida vigentes, si bien bastante olvidados.

Un solo año cambió mi vida. Hoy no sería el que soy sin el paso de Marcelino por ella, en ese contexto epocal. Estaba en un tiempo de tomarme en serio las cosas, y no dejé pasar su influjo.

Su “carácter jovial y fraterno” al que se refiere la página del instituto que cito al comienzo, lo detallo en algunas anécdotas. Marcelino evitaba la tensión con los hermanos mayores. Recuerdo una confusión por un aviso en la capilla acerca del felpudo que un hermano mayor cuestionó. Ni siquiera tengo en mente el asunto preciso de que se trataba. Tan solo recuerdo que un novicio avispado escribió un artículo, divertido e irónico, dejando en claro la intención del aviso, pero malponiendo al hermano mayor. Marcelino evitó la publicación del texto. Ahí actuó la censura, en pro de la fraternidad.

Marcelino distinguía bien los tiempos; profundidad en su reflexión, alegría y juego en los momentos de distensión. También sabía reírse de sí mismo. La alegría: no sé exactamente por qué ni con qué pretexto, como dice el poeta, pero asocio la risa de Marcelino con la de Javier Espinosa (Javi, mi otro maestro de novicios). En eso del reír eran tal para cual, y si estaban juntos pues qué te cuento.

Los novicios lo despedimos tras ser nombrarlo Provincial y le entregamos un librito con mensajes personales. Solo le escribí “Gracias” en el centro de la hoja que a mí correspondía. Él mantuvo la iniciativa de contactarnos al menos una vez al año, en Navidad. Recuerdo su primera tarjeta, dirigida al Tomás incrédulo que era y sigo siendo, enviando “un abrazo que traspasara el océano”, y preguntándome —como en el evangelio— si era capaz de creer en ello.

Ese es el Marcelino que recibí, el Marcelino que ofrezco ahora. Consciente de haber compartido poco personalmente con él en mi vida adulta, no dejo de valorar y agradecer su paso por mi vida. Memoria desdibujada por el tiempo. Recuerdos entremezclados con la propia vida y los deseos. Es lo que tengo. Marcelino tal vez hecho mito, en buena medida. Cariño inmenso a lo que fue. Distancia que aún dudo sea capaz de sortear.

Pocas veces más lo vi. Lo admiré a distancia. Desde mi aprecio valoré su presencia en el Consejo General los años que estuvo. Leí con atención su texto en el Suplemento de la circular Espiritualidad apostólica marista (1993): “En especial los más desatendidos”; y animó mi camino. Charles y luego Benito: otra época, otras dinámicas en el Instituto. Marcelino ahí. Leí con atención y comulgué. Seguí trazando mi ruta.

Su preocupación por la formación, las vocaciones y el futuro era visibles. Era bueno mostrando gráficas con estadísticas y proyecciones, con las que alertaba apuntando al camino de la llamada “refundación”, en los años en los que Benito fue Superior General.

En cierta ocasión me llegó un texto suyo sobre “la oración duélica” o algo así; el camino espiritual como combate. El texto partía de la etimología de la palabra “agonía” que hace referencia a esta “lucha, combate, duelo”. Viene a mi mente la lucha de Jacob con el ángel. Recibí el texto como una confesión del propio Marcelino y su camino espiritual.

Pocas conversaciones personales más tuve con él. Alguna vez nos vimos en su rápido paso por Venezuela. Tal vez en la última ocasión apareció un sutil juicio sobre la situación política del país, pero su tacto en esto me pareció inmenso. Durante el noviciado, ni una sola vez recuerdo que haya hablado de la salida de los hermanos de Cuba. Así que, en estos tiempos de polarizaciones, solo asomó tímidas palabras, auscultaciones diagnósticas. No entramos en debate con él sobre nuestra realidad. Intuyo una percepción marcada por las complejidades vividas en Centroamérica. Preferí —preferimos— mantenernos en ese mutuo silencio que otorga el aprecio respetuoso y comprensivo de las diferencias.

Se nos fue, tras un vida colmada. Doy inmensas gracias a Dios por su vida. Acepto, comulgo, aún dudo. Pido a Dios: ¡aumenta mi fe!

 

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