Las tres cartas diferentes
En la carta 329 responde a la
solicitud del obispo de Grenoble que le pide un modelo para poder concretar
un orfanato en asociación con los Hermanos, cosa que no pudo realizarse. Es
digno de mención el deseo de participar en una “buena obra… en favor de los
pobres y los huérfanos”.
En la 330 responde al obispo De
Latour que no puede enviarle la memoria que le solicita hasta tanto el
Arzobispo Bonald elabore un informe oficial después de visitar las casas, a
pedido del Ministerio de Instrucción Pública. El informe en cuestión está
relacionado con el asunto de la autorización del instituto. En esta carta no
hay nada que indique agobio o malestar a causa de la autorización. Por el
contrario, manifiesta sencillamente la seguridad de éxito gracias a las
gestiones de los dos obispos en cuestión. Se aprecia un tono pacificado y sin
las angustias de las cartas escritas desde París, cuando él mismo debió
realizar los trámites, sin lograr gran cosa.
Puede explicarse este contraste
tanto por el proceso espiritual de abandono en el querer de Dios que ha ido
viviendo Marcelino, como por las soluciones que ha ido encontrando a través del
Sr. Mazelier para sus hermanos llamados a filas, que en algo han atenuado su
inquietud.
La carta 334 es un texto de
agradecimiento al Sr. Rendu, Presidente del Consejo de administración del
Instituto Real de sordomudos, pues han sido admitidos gratuitamente para
estudiar allí dos Hermanos. Asimismo Marcelino acepta las condiciones, se avoca
al cumplimiento de los requisitos solicitados, y queda en espera de la
confirmación de la petición por parte del ministerio de Instrucción Pública. Termina
expresando su respeto.
En estas tres cartas resaltan en
Marcelino sus sentimientos de gratitud, su trato respetuoso y su deseo de
corresponder a las solicitudes que le hacen.
Salvo los detalles mencionados, no
aparecen elementos explícitos de espiritualidad, pues se trata de respuestas
más bien formales, de aclaratorias a las situaciones planteadas o a las
solicitudes hechas.
Conclusión
A medida que trascurren estos tres
meses avanza la enfermedad y los textos que puede escribir Marcelino quedan
limitados a respuestas concretas y funcionales. Puede ser que muchos de estos
textos ni siquiera los escribiera directamente Marcelino. A este respecto, el
H. Paul Sester, editor de las Cartas, agrega esa nota:
es, desde luego, muy probable que, a partir de 1840,
si no es mucho antes, Marcelino Champagnat se limita a indicar, probablemente
al H. Francisco, el contenido para escribir las respuestas, lo que permitía al
redactor cubrirse con la autoridad del Padre y hasta hacérselas firmar, cosa no
segura, pues en las minutas está claro que no firma él, sino el copista, que
imita su firma con mayor o menor fortuna[1].
Y con respecto a la última (la 337,
del 3 de mayo), agrega sin dudar que “no fue redactada por él”, es decir, por
Marcelino.
No obstante, y ante los pocos
indicios epistolares del proceso espiritual de Marcelino en su final, es
orientadora la circular 328 y se convierte en clave para leer las cartas que
siguen a ésta.
En síntesis, esto es lo que
expresan: Vivir según el deseo de Dios, dando prioridad a las escuelas
gratuitas en las que puedan ser atendidos los niños pobres.
El conjunto nos lleva a proponer el
final de la vida de Marcelino como un momento de pacificación interior, de
sabiduría, de dedicación a las pequeñas cosas, en el día a día, vivido en paz,
en la aceptación de su enfermedad, con fe y confianza en Dios, con amor a los
Hermanos, entregado al avance sosegado de su misión, con esperanza en el futuro
de la obra marista, confiado en su éxito seguro –como dice al obispo-, y
con el deseo sereno de que ésta se consolide. Con la visión práctica para
seguir asentando las obras ya fundadas, pero con la apuesta a la novedad
expresada en los contactos para abrir un orfelinato o preparar Hermanos para
dirigir un centro de sordomudos. Dando prioridad a la atención gratuita a los
niños pobres. Y viviendo las actitudes de gratitud, respeto y servicio. Este
fue su testamento.
Síntesis del proceso espiritual
La percepción del proceso espiritual
humano como dramática existencial, en forma no dualista, ni rupturista, ni
simplimente lineal, es presentada en modo acertado, a mi modo de ver, por
Javier Garrido, en su obra ya clásica Proceso
humano y gracia de Dios.
Descubro en sus aportes algunas
pistas para interpretar lo que pudo ser el camino espiritual de Marcelino en
sus últimos años. A riesgo de no ser correctamente comprendido[2], me
permito no obstante citarlo:
Al dar un carácter dramático a la vida no negamos el
crecimiento, sino que valoramos como determinantes los momentos/fases críticos.
Aplicado al proceso de la vida espiritual, esto significa que las noches del
deseo y del espíritu ocupan el lugar central del desarrollo de la vida
cristiana…el amor ocupa el centro del proceso. No cabe identificar el amor con
la plenitud (lo positivo, la Resurrección), y las crisis con las noches (lo
negativo, la Pasión). El amor hace uno el misterio pascual, de modo que la
muerte es salvífica porque está habitada por la Resurrección, es decir, por la
fuerza del Espíritu del Padre, que mantiene el amor de su Hijo en la noche de
la fe… Frente a una imagen optimista de la vida, que siente el sufrimiento como
amenaza o recorte de la plenitud, creemos que sólo el sufrimiento permite al
hombre la realización plena de su vocación de libertad, amor y trascendencia.
Compete al sufrimiento despertar lo verdaderamente espiritual del hombre[3].
La crisis de realismo, o ciertas situaciones límite, o
la dinámica interior del amor, conducirán al discípulo al paso decisivo: el
seguimiento, en que, identificado por el Espíritu Santo con el Maestro, el
discípulo empieza a comprender internamente la sabiduría del Reino en la Cruz: que «hay que perder la vida para
ganarla»[4].
París y el fracaso del “asunto
principal” que allí lo movía se torna situación límite; luego lo serán la
enfermedad y la conciencia de la muerte inminente. En Marcelino se percibe el
momento de la “noche oscura”, de la ausencia de Dios, y el momento de la
generosidad renovada en el impulso misionero de fines de 1939. Igualmente en el
instinto de lo esencial: el amor a sus hermanos, desapropiado de sí (cartas de
principios de 1939). Puede agregarse lo significativo de su actitud, a juzgar
por las cartas, frente al planteamiento del P. Colin. Tratándose de un asunto
considerado por Marcelino como central, esto es, la definición de la vocación
de los Hermanos, distinta del servicio a los Padres, no obstante acoge la carta
de Colin sin reacciones de “choque”, y acata sus disposiciones enviando
Hermanos donde le ha solicitado. Y escribe por estas mismas fechas a un
Hermano, según se hizo ver: “Que su santa voluntad sea el primer móvil de todas
sus acciones” (C 244). En Marcelino se ha cumplido lo que dice Garrido de este
camino humano-espiritual llevado a plenitud:
Es tan evidente que «sin Jesús no puede nada» que, aun
poniendo toda la energía en la generosidad (precisamente se le ha dado una
generosidad nueva, al perder el miedo al sufrimiento y al futuro, desde la
confianza renovada en Dios), sólo cuenta de antemano con la Gracia. Vive cada
día. Y, sobre todo, tiene el instinto de lo esencial: el amor teologal, el amor
desapropiado de sí, el abandono amoroso a la acción soberana del Amor Absoluto.
Las pasividades transformantes se encargarán de llevarle a la Pascua[5].
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