Carta de Champagnat

Carta de Champagnat

jueves, 14 de mayo de 2015

Las últimas cartas (2) y conclusiones

Las tres cartas diferentes

En la carta 329 responde a la solicitud del obispo de Grenoble  que le pide un modelo para poder concretar un orfanato en asociación con los Hermanos, cosa que no pudo realizarse. Es digno de mención el deseo de participar en una “buena obra… en favor de los pobres y los huérfanos”.
En la 330 responde al obispo De Latour que no puede enviarle la memoria que le solicita hasta tanto el Arzobispo Bonald elabore un informe oficial después de visitar las casas, a pedido del Ministerio de Instrucción Pública. El informe en cuestión está relacionado con el asunto de la autorización del instituto. En esta carta no hay nada que indique agobio o malestar a causa de la autorización. Por el contrario, manifiesta sencillamente la seguridad de éxito gracias a las gestiones de los dos obispos en cuestión. Se aprecia un tono pacificado y sin las angustias de las cartas escritas desde París, cuando él mismo debió realizar los trámites, sin lograr gran cosa.
Puede explicarse este contraste tanto por el proceso espiritual de abandono en el querer de Dios que ha ido viviendo Marcelino, como por las soluciones que ha ido encontrando a través del Sr. Mazelier para sus hermanos llamados a filas, que en algo han atenuado su inquietud.
La carta 334 es un texto de agradecimiento al Sr. Rendu, Presidente del Consejo de administración del Instituto Real de sordomudos, pues han sido admitidos gratuitamente para estudiar allí dos Hermanos. Asimismo Marcelino acepta las condiciones, se avoca al cumplimiento de los requisitos solicitados, y queda en espera de la confirmación de la petición por parte del ministerio de Instrucción Pública. Termina expresando su respeto.
En estas tres cartas resaltan en Marcelino sus sentimientos de gratitud, su trato respetuoso y su deseo de corresponder a las solicitudes que le hacen.
Salvo los detalles mencionados, no aparecen elementos explícitos de espiritualidad, pues se trata de respuestas más bien formales, de aclaratorias a las situaciones planteadas o a las solicitudes hechas.

Conclusión

A medida que trascurren estos tres meses avanza la enfermedad y los textos que puede escribir Marcelino quedan limitados a respuestas concretas y funcionales. Puede ser que muchos de estos textos ni siquiera los escribiera directamente Marcelino. A este respecto, el H. Paul Sester, editor de las Cartas, agrega esa nota:
es, desde luego, muy probable que, a partir de 1840, si no es mucho antes, Marcelino Champagnat se limita a indicar, probablemente al H. Francisco, el contenido para escribir las respuestas, lo que permitía al redactor cubrirse con la autoridad del Padre y hasta hacérselas firmar, cosa no segura, pues en las minutas está claro que no firma él, sino el copista, que imita su firma con mayor o menor fortuna[1].
Y con respecto a la última (la 337, del 3 de mayo), agrega sin dudar que “no fue redactada por él”, es decir, por Marcelino.
No obstante, y ante los pocos indicios epistolares del proceso espiritual de Marcelino en su final, es orientadora la circular 328 y se convierte en clave para leer las cartas que siguen a ésta.
En síntesis, esto es lo que expresan: Vivir según el deseo de Dios, dando prioridad a las escuelas gratuitas en las que puedan ser atendidos los niños pobres.
El conjunto nos lleva a proponer el final de la vida de Marcelino como un momento de pacificación interior, de sabiduría, de dedicación a las pequeñas cosas, en el día a día, vivido en paz, en la aceptación de su enfermedad, con fe y confianza en Dios, con amor a los Hermanos, entregado al avance sosegado de su misión, con esperanza en el futuro de la obra marista, confiado en su éxito seguro –como dice al obispo-,  y con el deseo sereno de que ésta se consolide. Con la visión práctica para seguir asentando las obras ya fundadas, pero con la apuesta a la novedad expresada en los contactos para abrir un orfelinato o preparar Hermanos para dirigir un centro de sordomudos. Dando prioridad a la atención gratuita a los niños pobres. Y viviendo las actitudes de gratitud, respeto y servicio. Este fue su testamento.

Síntesis del proceso espiritual

La percepción del proceso espiritual humano como dramática existencial, en forma no dualista, ni rupturista, ni simplimente lineal, es presentada en modo acertado, a mi modo de ver, por Javier Garrido, en su obra ya clásica Proceso humano y gracia de Dios.
Descubro en sus aportes algunas pistas para interpretar lo que pudo ser el camino espiritual de Marcelino en sus últimos años. A riesgo de no ser correctamente comprendido[2], me permito no obstante citarlo:
Al dar un carácter dramático a la vida no negamos el crecimiento, sino que valoramos como determinantes los momentos/fases críticos. Aplicado al proceso de la vida espiritual, esto significa que las noches del deseo y del espíritu ocupan el lugar central del desarrollo de la vida cristiana…el amor ocupa el centro del proceso. No cabe identificar el amor con la plenitud (lo positivo, la Resurrección), y las crisis con las noches (lo negativo, la Pasión). El amor hace uno el misterio pascual, de modo que la muerte es salvífica porque está habitada por la Resurrección, es decir, por la fuerza del Espíritu del Padre, que mantiene el amor de su Hijo en la noche de la fe… Frente a una imagen optimista de la vida, que siente el sufrimiento como amenaza o recorte de la plenitud, creemos que sólo el sufrimiento permite al hombre la realización plena de su vocación de libertad, amor y trascendencia. Compete al sufrimiento despertar lo verdaderamente espiritual del hombre[3].
La crisis de realismo, o ciertas situaciones límite, o la dinámica interior del amor, conducirán al discípulo al paso decisivo: el seguimiento, en que, identificado por el Espíritu Santo con el Maestro, el discípulo empieza a comprender internamente la sabiduría del Reino  en la Cruz: que «hay que perder la vida para ganarla»[4].
París y el fracaso del “asunto principal” que allí lo movía se torna situación límite; luego lo serán la enfermedad y la conciencia de la muerte inminente. En Marcelino se percibe el momento de la “noche oscura”, de la ausencia de Dios, y el momento de la generosidad renovada en el impulso misionero de fines de 1939. Igualmente en el instinto de lo esencial: el amor a sus hermanos, desapropiado de sí (cartas de principios de 1939). Puede agregarse lo significativo de su actitud, a juzgar por las cartas, frente al planteamiento del P. Colin. Tratándose de un asunto considerado por Marcelino como central, esto es, la definición de la vocación de los Hermanos, distinta del servicio a los Padres, no obstante acoge la carta de Colin sin reacciones de “choque”, y acata sus disposiciones enviando Hermanos donde le ha solicitado. Y escribe por estas mismas fechas a un Hermano, según se hizo ver: “Que su santa voluntad sea el primer móvil de todas sus acciones” (C 244). En Marcelino se ha cumplido lo que dice Garrido de este camino humano-espiritual llevado a plenitud:
Es tan evidente que «sin Jesús no puede nada» que, aun poniendo toda la energía en la generosidad (precisamente se le ha dado una generosidad nueva, al perder el miedo al sufrimiento y al futuro, desde la confianza renovada en Dios), sólo cuenta de antemano con la Gracia. Vive cada día. Y, sobre todo, tiene el instinto de lo esencial: el amor teologal, el amor desapropiado de sí, el abandono amoroso a la acción soberana del Amor Absoluto. Las pasividades transformantes se encargarán de llevarle a la Pascua[5].




[1] p. 503.
[2] Para mejor comprensión se remite a la obra completa del autor citado:  Javier Garrido, Proceso Humano y Gracia de Dios. Sal Terrae, Santander 1996.
[3] p. 474
[4] p. 488
[5] P. 489

No hay comentarios:

Publicar un comentario