Estas cargas
influyen en el ánimo de Marcelino, y así aparecen diversos sentimientos y
experiencias espirituales:
1) Ausencia de deseos. Ninguno distinto al de conseguir
la autorización.
No suspiro, no deseo, sólo pido eso… Nada me
satisface, nada me gusta, sino lo que puede contribuir al éxito de lo que me
preocupa (22-03).
2) Recurrencia de la idea de la muerte, hasta tal punto
que llega a pensar en la muerte en París.
Encomiende a las oraciones de la comunidad a mi hermano.
De diez que éramos ya soy el único que queda, creo que mi turno no está lejos
(24-02). Si es para mayor gloria de Dios que yo muera en París, hágase su santa
voluntad y no la mía (7-03). ¿Tardaremos mucho en seguirle a la tumba? El
momento está señalado, usted no lo sabe, yo también lo ignoro… (16-03).
3) Confianza en Dios.
Una serie de
expresiones tradicionales de confianza en Dios, en María, y en el poder de la
oración, aparecen en las cartas:
Continúen encomendando intensamente nuestro proyecto
al Señor y a su Santa Madre (25-1). Contamos con las fervorosas oraciones
que se ofrecen. María, nuestra Buena Madre, nos ayudará (4-2). Ella (la
Santísima Virgen) se verá obligada a protegernos, a obtenernos lo que con
tanta razón deseamos (24-2). Dios no niega nada a la oración fervorosa y
perseverante (15-3). Recen por mí y por el buen resultado de mi empresa (16-3).
Qué no obtendrá la oración fervorosa y perseverante (18-3).
Pero la fe de
Marcelino no es tan sencilla y confiada en estos momentos de dificultad. Esta
confianza pasa por la prueba de la soledad y el exilio, para culminar en
abandono.
4) Experiencia de soledad.
Aquí me quedo solo soñando, pero, ¿qué digo?, nunca
estamos solos, si estamos con Dios (7-03). Me encuentro más solo en el centro
de París que en el Hermitage… Si Dios lo quisiera, me agradaría muchísimo vivir
en soledad (18-03).
Aquí se trata de
una experiencia de soledad. En la biografía de Furet, se releerá esto como
ambiente para el encuentro con Dios, y así se ha transmitido generalmente en la
formación de los Hermanos. Pero aquí, en esta carta, se trata de algo
diferente, de la ausencia de compañía; es por eso que rápidamente se ve
urgido a corregir Marcelino, con dos argumentos: a) indicando paradojalmente
que Dios está con él, como Dios-ausente-presente; y b) aceptándolo
condicionalmente: si esa es la voluntad de Dios, viviré la soledad. Este último
se convertirá en argumento central y predominará en su lucha interior, en su
camino místico: que se haga según el querer de Dios.
5) Experiencia de exilio: inquietud y anhelo de Dios.
Bendito sea Dios. No cesaré de decir ahora más que
nunca: Junto a los canales de Babilonia. Debería estar más bien contento
en mi situación, con poco trabajo y bien de salud… Una vez más, bendito sea
Dios (12-03).
Esta carta del
12 de marzo puede representar una inflexión en su experiencia espiritual.
Debería estar contento…. Pero ¡no lo está! La mención del salmo 136, hallándose
lejos de su querido terruño, en un París ajeno y hostil, evoca la experiencia
espiritual de exilio, con un deseo fuerte de retorno, que aparece también una y
otra vez en estas cartas.
¿Cuándo marcharé de París? ¡Ay! No lo sé. Cuando Dios
quiera (7-3). En París el tiempo se me hace eterno (15-03). ...se me hace largo
(16-03). …el tiempo me parece largo porque no estoy con ustedes (18-03). ¡Qué
inquietud para mí! ¿Mi estancia en París aún será muy larga? ¡ay! No lo sé
(18-03).
Allí no está
Dios tan evidente. Tiene que increpar a su propio ánimo para descubrir allí a
Dios, para no olvidarlo. Eso dice el salmo con aquello de “que se me pegue la
lengua al paladar si no me acuerdo de ti”, y eso expresa Marcelino cuando se
refiere a su soledad, y debe corregir haciéndose consciente de la presencia
escondida de Dios (7-3). Y hasta el lloró de los exiliados se actualiza
plásticamente en los ayes de Marcelino (7-3; 18-3). Tal vez los últimos años de
Marcelino estuvieron más marcados por el Junto a los Canales de Babilonia…
(S 136) que por el Si el Señor no construye…. (S 127) tan presente en
los años anteriores[1].
El abandono no
se da sin combate. En una lectura atenta se aprecia la lucha interior que vive
el hombre. Ésta se ve reflejada con claridad en varias expresiones
contradictorias. Por un lado están sus sentimientos; por otro su experiencia de
fe. Aunque muchos de estos sentimientos aparecen recogidos en lo que precede,
es interesante presentar una tabla a dos columnas con aquellas expresiones que
aparecen en la misma carta, e incluso en la misma frase, y que muestran más a
las claras la tensión interior que vive.
Sentimientos
|
Experiencia de fe
|
||
Soledad
|
Aquí
me quedo solo soñando,
|
pero,
¿qué digo?, nunca estamos solos, si estamos con Dios (7-03).
|
Estar con Dios
|
Deseo de retorno
|
¿Cuándo
marcharé de París? ¡Ay! No lo sé.
|
Cuando
Dios quiera. Si es para mayor gloria de Dios que yo muera en París, hágase su
santa voluntad y no la mía (7-03).
|
Voluntad y gloria de Dios
|
Trámites largos
|
Los
trámites no se han terminado y es posible que aún esté aquí por las fiestas
de Pascua.
|
Con
la ayuda de Dios, espero conseguir mis objetivos. Si Dios lo quisiera me
quedaría el resto de mis días (16-03)
|
Ayuda de Dios
Querer de Dios
|
Soledad
|
Me
encuentro más solo en el centro de París que en el Hermitage…
|
Si
Dios lo quisiera, me agradaría muchísimo vivir en soledad (18-03).
|
Querer de Dios
|
Molestias
|
…sigo
en París viendo, visitando a unos y a otros sin adivinar el final de
mis molestas correrías…
|
Pese
a todo estoy firmemente convencido, muy querido hermano, que será lo que Dios
quiera, ni más ni menos (24-03).
|
Querer de Dios
|
Frente a la
experiencia de soledad, de lentitud agobiante, molestias y retardo en los
trámites, y deseo de regresar al Hermitage, la fe de Marcelino se afianza por
un lado en la compañía de Dios (estamos con él), en la esperanza en su ayuda y
en la de María para conseguir lo que persigue y, por otro, en
el convencimiento firme –no sin lucha- de que todo se hará en última instancia
según el querer de Dios.
Algunos puntos
importantes faltarían por comentar más en detalle, como las cartas ya
mencionadas a los Hermanos Hilaryon y Antonio; o la carta a su cuñada. Faltaría
una presentación más sistemática de la relación tan clara como pragmática que
aparece en estas cartas entre los trámites de autorización del Instituto y la
exención de los Hermanos del servicio militar.
Así mismo son de
hacer notar los saludos afectuosos a los Hermanos y las expresiones que brotan
de su corazón (abrazo, queridos, servidor y padre); y la mención repetida de
los Sagrados Corazones de Jesús y María. Y hasta un poco de jovialidad, en
medio de las fatigas: no les pido oraciones, me las deben (15-3), que recuerda
aquello de Pablo en la carta a Filemón…
Pero creo que
estos apuntes bastarán para señalar una línea de investigación no
suficientemente desarrollada. Creo descubrir unas pistas para la mejor
comprensión del final de la vida de Marcelino. Su agotamiento y su entrega al
proyecto de los hermanos, su previsión del cercano final, su soledad (pero más
allá, su deseo de ser fiel a la voluntad de Dios), y la experiencia de
delegación del gobierno en Hermanos que fue preparando para ello. Y creo
también encontrar algunas huellas del derrotero espiritual de este hombre de
Dios que aún hoy inspira nuestro seguimiento de Jesús.
[1] MESONERO,
135-138, estudia el Nisi Dominus como “fórmula oracional de abandono” en
San Marcelino. Siendo importantes sus aportes, sin embargo, para estos años
finales habrá que matizar. No comparto su afirmación en la que comenta los
meses de Marcelino en París: “los contratiempos se asimilan a una quietud que
parece inquebrantable” (143). La estancia se vuelve, muy al contrario, un
terrible exilio; está llena de agitación y lucha, y marcada por las correrías y
visitas que le generan gran inquietud, según se ve claramente en las cartas
citadas.
[2] MESONERO,
133-135. Muy clarificadoras sus precisiones sobre los términos abandono
(dar la primacía a la voluntad de Dios) y mística (abandono como estado
de vida) para abordar el tema, por lo que yo me las ahorro.
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